Comer en familia durante el confinamiento puede ser una oportunidad para favorecer la adopción de hábitos alimentarios saludables. Aunque, también puede suponer todo un reto compaginarlo con el estrés que puede generar esta situación inédita. La situación de aislamiento puede generar ansiedad y minar el estado de ánimo, pudiendo facilitar el consumo emocional y la ingesta excesiva de alimentos de bajo perfil nutricional por su aporte de grasas y azúcares o sal. Además, la falta de actividad física para “quemar” calorías y cargarnos de “energía”, puede jugar en contra del peso corporal de los miembros de la familia.
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